Mantener la boca cerrada

Hay varios dichos sobre el tema, pero el que me parece más delicado dice así: "tenemos dos oídos, dos ojos y una boca para oír y ver el doble de lo que hablamos".
He metido la pata muchas veces por no haber sabido (o querido) tener la boca cerrada. Hablando con un amigo de Madrid, contándome sus experiencias laborales, me reconoció haberse tragado sapos y culebras por no desairar al jefe de turno y poder llegar a fin de mes.
(información al final del texto)
En mi caso, he perdido amigos por hacer comentarios desafortunados. O no tan desafortunados pero inoportunos con sus creencias políticas. También me pasó con clientes. Y no soy al único. Creo que nos ha pasado a muchos; o a casi todos.

Recientemente, me saludaron felicitándome por mi blog (éste) y por el ritmo de escritos. Ritmo que parecía gustarle y que, ahora, extrañaba. "Bueno, no siempre se tiene algo que decir" - mentí.

No era verdad. Si tenía cosas para comentar. Si me pasaban hechos para compartir o ideas para debatir, pero no "debía" hacerlo.
Hay temas más "ligeros", que subo apenas repaso un poco el texto. No los considero tan relevante como para ofender a nadie y, si no me explico bien o uso palabras inadecuadas, no tengo problemas en corregirlo.

Pero hay otros temas que prefiero "madurar". Son escritos que me tocan temas más personales o pueden afectar a personas cercanas. Ahí intento repasar lo que quiero decir y lo que realmente escribo, busco otros puntos de vista y espero a tener certeza para publicar.
En otros casos, lo reconozco, el escrito duerme en Borradores, el limbo de las publicaciones que esperan salir y no saben cuándo. Así, el blog se comporta como un diario, y ya se sabe que no siempre vale la pena leer los diarios personales.

Nota: La ilustración pertenece a Christoph Niemann y, entre otras webs, está compartida en "Cuidar la palabra", del blog de Fernando Vásquez, que recomiendo también leer.

Comentarios